La calidad bien entendida (5)

Los llamamos círculos porque esa pinta tienen cuando los distinguimos desde arriba. Ahora veremos cómo basta rotarlos un poco o movernos nosotros para entender si son viciosos o virtuosos, admirarlos en su plena magnitud. Así sabremos si se corresponden con el “círculo” al que convendría abrazarnos o, por el contrario, si se trata de aquel del que nos gustaría escapar.

Este tema viene al caso de nuestro empeño por seguir transmitiendo lo que concebimos por calidad, que es, repetimos, a lo que aspiramos desde esta parcela como ciudadanos, al menos en el ámbito político; más concretamente, en nuestra relación como ciudadanos con los partidos políticos. Intentemos así vislumbrar un gran favor, centrándonos en lo bueno que podemos inyectar a los partidos y el bien que, indefectiblemente, nos debería ser retornado. De este modo haremos funcionar ese círculo o rueda que, tal y como lo pensamos nosotros, es incluso mejor: una espiral hacia la virtud o, si se prefiere, hacia un indudable triunfo.

De círculos viciosos —comúnmente, la pescadilla que se muerde la cola— estamos rodeados. Hay incluso quien los compara con ese círculo perfecto del que no se sale, al cerrarse de manera perfecta, “condenado a la eterna y boba rotación trivial”. En realidad, tal y como lo entendemos desde la Asociación, se trata, al igual que el círculo virtuoso, de una espiral que, girando, tiende hacia lo profundo, en un sentido claramente negativo. Es, dicho de otro modo, una suerte de remolino que, dependiendo de la perversidad de su funcionamiento, dispondrá del vórtice más o menos alejado de lo que veíamos como un círculo en primera instancia. Ir hacia abajo es una tendencia natural, ya que apenas supone esfuerzo: se trata de dejarse caer. Así que, gracias a una naturaleza perezosa, nos unimos con avenencia y connivencia a este tipo de remolinos de modo diríamos que hasta oriundo.

grafico-la-calidad-bien-entendida-5Como muestra de estos dislates, podemos mencionar el espacio de trabajo, tristemente común, en el que se frena al afanoso para no delatar la dejadez de los demás compañeros. Digamos que el bienintencionado se da de bruces, más que entrar por la tangente, con ese círculo al que casi con toda probabilidad acabará perteneciendo. El sistema es sencillo y dañino a partes iguales, como el que rastran, por ejemplo, la ignorancia y el desapego; de ahí, seguramente, su eficacia: no acabará siendo, quizás, un remolino muy profundo, pero como todo remolino, gozará de un vórtice por el que, en el mejor de los casos, irán cayendo los detritos.

Otro ejemplo: la posible relación aviesa entre un político y un promotor inmobiliario da como resultado un círculo con tendencia a una baja algo más pronunciada. Porque para todo hay clases. Pero no deja de pertenecer, en esencia, al mismo funcionamiento defectuoso que deteriora todo lo que pilla a su paso. De igual forma, podríamos hablar de la dependencia perversa —un agujero algo más insondable si apuramos— que se establece entre algunas empresas sociales y sus patrocinadores o, mismamente, entre los medios de comunicación y estos últimos. Al parecer, cuanto más hondo, más destructivo.

Hablemos ahora en positivo, es decir, de lo que tiene posibilidad de alzarse. Lo que nos ocupa de estos particulares sistemas de adaptación —ya sea por vía del vicio o la virtud, de la vileza o la excelencia— es, como decíamos al principio, la calidad que resultaría de la buena práctica entre los ciudadanos y los partidos políticos. En el anterior capítulo hacíamos referencia al círculo virtuoso —gráficamente, un remolino invertido— que se crea situando a la calidad en el preciso vórtice. Se trata en realidad de una espiral que crece hacia arriba alimentada por la virtud. Cada vuelta, cada recorrido completo, es un escalón más en su empeño por la cumbre. En el caso de la fabricación de un Sistema de Indicadores de Calidad dirigido a los partidos políticos, supondría provocar un compromiso de futuro que inyectase confianza en nosotros e implicase una mejora tanto para los unos como para otros, los ciudadanos. Hacer girar semejante rueda para elevar el vórtice hasta cotas considerables requiere de una buena dosis de energía y convicción. Y es exactamente esto en lo que desde aquí nos empecinamos.

Una vez definido el concepto de calidad al que apuntamos, y habiendo ya esculpido el punto de partida de lo que debería ser el Sistema de Indicadores de Calidad, daremos comienzo con el círculo —que se convertirá en una espiral con ansias de elevarse—. Para ello nos meteremos de lleno en cómo pretendemos elaborar los indicadores y dando a conocer cuál es nuestro inmediato plan de trabajo. Eso será en nuestro próximo y último capítulo de la serie.

Saludos cordiales,

Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas

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